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jueves, 18 de agosto de 2011

San Ezequiel Moreno. 19 de agosto

A orillas del Ebro, en Alfaro, pequeña ciudad agrícola de la Rioja (España), el modesto sastre Félix Moreno y su mujer, Josefa Díaz, tuvieron seis hijos, cuatro mujeres y dos varones. Ezequiel, el segundo varón y cuarto de los hermanos, nació el 9 de abril de 1848. Era un niño inteligente, sumamente responsable, sereno y constante. Asistió a la escuela con regularidad. Le encantaba jugar con sus compañeros al tejo y a la pelota. Pero en las fiestas del pueblo se privaba de las vaquillas para acompañar a un niño enfermo, despuntaba ya su inmensa caridad. Aficionado al canto, tenía una excelente voz y se acompañaba bien con la guitarra.   

Cuentan que siendo Ezequiel muy pequeño le preguntaron en el convento qué iba a ser de mayor. « i Fraile! », contestó. « ¡Tú, fraile! ¡Tan calandrijo!». Pero él, sin inmutarse solucionó el problema. “Me pondré un sombrero de copa para ser más alto”. El 21 de septiembre de 1864, a sus 16 años, ingresa en el noviciado para aprender a ser agustino recoleto, como lo era su hermano Eustaquio, buen violinista, por cierto. Acababa de morir su padre y la familia había quedado en situación económica muy precaria; pero la madre lo ofrendó generosamente. Un año después, Ezequiel profesa y hace voto de ir como misionero a Filipinas. 

En 1869, sin terminar los estudios, parte para aquellas tierras, donde es ordenado sacerdote. Es un joven de 23 años lleno de energía espiritual y de ilusión. Su amor al Señor, y la convicción de ser apóstol, va a constituir de manera absorbente el único motivo de su actividad. Tras unos meses de ministerio junto a su hermano, es enviado a la expedición que trata de colonizar la     siempre difícil isla de Paragua. El celo de fray Ezequiel se desborda en esta su primera misión, de la que es responsable. Predica, instruye, construye la capilla... Su labor con los expedicionarios es heroica. El esfuerzo y las pésimas condiciones le producen la malaria y ha de volver a Manila. Su disponibilidad y su celo apostólico se manifiestan de mil maneras: como párroco y catequista, después predicador en Manila, y más tarde administrador de una hacienda, pero siempre cercano a las gentes sencillas. Los filipinos lo llaman «el santulón», el hombre santo.

Formador de misioneros      

En 1885 es nombrado prior del noviciado de Monteagudo (Navarra). Son tres años de profundo influjo espiritual en los jóvenes. Cuidó mucho de la vida litúrgica, del rezo coral de las Horas, de la vida comunitaria aspecto esencial de la religiosidad agustiniana. Las epidemias del cólera y de viruelas extreman su atención y delicadeza con los enfermos. Predica en los alrededores, participa en novenas... Su gran amor a los pobres se califica de <casi exagerado». Hasta quinientas raciones logra dar dos veces al día a los pobres, gracias en buena parte a las privaciones de sus frailes.    


En un mundo nuevo  

En agosto de 1888 una nueva llamada: se necesitan voluntarios para Colombia. «Hace tiempo que me parece que el Señor me llama para esta misión». Con siete compañeros, en los primeros días de 1889, llegaba el padre Ezequiel a Bogotá. Le esperaba una labor ardua. Vive en la capital de la república cinco años de intensísima actividad, que brota del manantial fecundo de su vida espiritual, sin otras miras que los intereses de Cristo (Fl 2,21). Predica, confiesa, atiende a enfermos incansablemente. Austero e intachable, adquiere fama de predicador lleno de piedad y de unción. 

Casanare: «Una sola alma vale más que la vida de¡ hombre»      

Casanare es una tierra casi inexplorada de 45.000 km2 de extensión, con caudalosos ríos, donde tanto trabajaron y tan grata y gloriosa memoria dejaron los agustinos recoletos. El padre Ezequiel piensa en aquellas gentes. En cuanto le es posible recorre las inabarcables planicies acompañado de tres religiosos. Explora, visita enfermos, administra sacramentos, regula matrimonios. Conservamos ocho cartas como testimonio de su labor misionera y que ya entonces conmovieron la conciencia de Colombia y contagiaron su preocupación por tantos infieles. 

Roma, de acuerdo con el gobierno, erige el vicariato apostólico y le nombra su pastor. Es una nueva etapa en la vida de nuestro santo. Allí según su propósito permanecería hasta la muerte. «¡Quién me diera poder decir al exhalar mi último suspiro en una mala choza, o en arenosa playa, o al pie de un árbol: ya no quedan infieles en Casanare. No llegaron a dos años los transcurridos en Casanare, pero, con su estilo personal de total entrega, dejó una huella imperecedera. Una pobre choza le sirve de palacio episcopal. Cuando no lo impide la guerra, recorre misión, desafiando la lluvia torrencial y cualquier inclemencia. Como él dirá, <<hago de obispo, de misionero y de sacristán>>. Porque, «una sola alma vale más que la vida de¡ hombre». 


Pasto: Una década de plenitud         

En febrero de 1896 llegó a Casanare comunicación oficial de que monseñor Ezequiel Moreno había sido nombrado obispo de Pasto. De 1896 a 1906, en diez intensísimos años servirá a sus fieles con todos los medios a su alcance. El nuevo obispo vivió, como era su costumbre, en máxima sencillez. Comida frugal y, en su alcoba, un jergón de paja. Se preocupa de los colegios, lucha para que se imparta una formación católica, alienta la llegada de misioneros, promueve el culto y las devociones, fomenta la construcción de iglesias y santuarios, escribe y propaga cartas pastorales y desvela los ardides de la propaganda antirreligiosa. Se convierte en el abanderado y símbolo de la defensa de los valores cristianos en Colombia.       

Una luz en lo alto      

Sus cartas pastorales resonaron con fuerza en todo el país. Los liberales se burlan de su doctrina, la ridiculizan. Todo eso conmueve el alma ardorosa de¡ padre Ezequiel. Él los desenmascara. En pago lo convertirán en blanco de diatribas y persecuciones. «Ahora toda la saña de esos periódicos es contra mí>>. Me han puesto y me ponen de vuelta y media. Números enteros no contienen otra cosa que insultos contra mí. ¡Bendito sea Dios!». Pero el obispo no claudicará ante la difamación o el insulto.

Por el contrario, los fieles de la diócesis y otros muchos cristianos, sacerdotes y obispos, le prestaron adhesiones entusiastas. Lo doloroso fue sufrir la incomprensión y, en ocasiones, la persecución de algún obispo o las advertencias provenientes de Roma (en concreto, de Mons. Ragonesi). Para quien la sumisión a la voz de la Iglesia era un postulado básico de vida espiritual, esto constituyó una tortura íntima. La más lacerante.

Enfermedad y muerte          

Quien se asome al interior de la vida de San Ezequiel descubrirá de inmediato un paisaje poblado de esencias humanas y divinas. Su intensa actividad provenía de manantial fecundo, fluía de una vida de oración continua. Su identificación con Cristo, su Señor, había llegado a lo más radical, pudiendo exclamar, arrebatado, que no podía gloriarse sino de la cruz de Cristo. <<Yo quiero sufrir en Tu compañía, con Tu divina gracia>>. Yo me compadezco de tus agonías, y te las agradezco con toda mi alma y te amo, Jesús mío, te amo con todo mi corazón... Yo, Amado de mi alma, para imitarte, abrazo con el más tierno afecto los dolores, las enfermedades, la pobreza y las humillaciones, y las considero como hermosas partecitas de tu Cruz».    

A mediados de 1905 se siente cansado, con una llaga sangrante en el paladar que no se cierra, aunque intenta llevar una vida normal de trabajo. En octubre el diagnóstico es claro: es cáncer y hay que operar. Me he puesto en manos de Dios. Él hará su santa voluntad. Hay que descansar en lo que Èl quiera hacer. ¡Qué consolador es todo esto!», exclama. Se le pide venir a España. En Madrid es operado urgentemente. Es una operación muy dolorosa, que soporta con paz absoluta. De vez en cuando exclama: <<Bendito sea Dios. Dios mío, dame resignación para sufrir por Ti>>. En la clínica decían: «Es un santo».

El 29 de marzo, es oprado de nuevo. Todo resultó inútil. Ahora su decisión es clara: <<Me voy a morir a los pies de mi Madre la Virgen de¡ Camino». En Monteagudo elige una celda austera, con una pequeña tribuna que le permite ver el sagrario y el camarín de la Virgen. Los dolores son atroces, pero no se le observa un acto de impaciencia ni pierde su dulzura habitual. Y a las ocho y media del 19 de agosto, a los 58 años, descansa en el Señor.
SU CUERPO PERMANECE INCORRUPTO.

Su fama de santidad ha pervivido incesante entre los hermanos de religión y en quienes le conocieron personalmente u oyeron hablar de él. En 1975 es beatificado por Pablo VI. Y el Papa Juan Pablo II lo canonizó en Santo Domingo, el 11 de octubre de 1992, en el V Centenario de la evangelización de América. El santo de la evangelización. El incansable misionero. Un hombre de Dios. Es patrono de los enfermos de cáncer.

 

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