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sábado, 24 de septiembre de 2011

Beata Josefa de la Purificaciòn Masía. 22 de septiembre.

Nació en Algemesí, Valencia, España, el 10 de junio de 1887 en el seno de una familia de agricultores profundamente cristianos. Tuvo un hermano y cuatro hermanas religiosos. El 2 de febrero de 1905 María Josefa vestía el hábito agustino descalzo en Benigánim (Valencia) y al año siguiente pronunciaba sus votos. En el convento se distinguió por su laboriosidad, silencio y espíritu de pobreza. Fue priora durante un trienio y al estallar la guerra desempeñaba el oficio de maestra de novicias.

En julio de 1936 tuvo que abandonar el convento buscando refugio en casa de su madre. En ella se hallaban ya recogidas sus tres hermanas capuchinas y todas juntas hicieron durante unos meses vida auténticamente monástica, guardando la clausura, rezando el oficio divino y respetando las horas de silencio y recogimiento. El 19 de octubre de ese mismo año un grupo de milicianos se presentó en la casa para llevarse a las religiosas. Su madre no quiso separarse de sus hijas, y todas juntas fueron encerradas en el convento cisterciense de Fons Salutis, convertido en cárcel. El día 25 de octubre, fiesta de Cristo Rey, las cargaron en un camión y a la entrada de Alcira las fusilaron una tras otra. Los milicianos habían pensado comenzar con la madre, pero ésta deseó alentar a sus hijas y rogó a los verdugos que comenzaran con sus hijas y luego podrían seguir con ella.

viernes, 16 de septiembre de 2011

San Alonso de Orozco. 19 de septiembre de 2002

Alonso de Orozco nació el 17 de octubre de 1500 en Oropesa, provincia de Toledo (España), donde su padre era gobernador del castillo local. Cursó los primeros estudios en la vecina Talavera de la Reina y durante tres años actuó como “seise” o niño cantor en la catedral de Toledo, en la que aprendió música con notable provecho. A la edad de 14 años fue enviado por sus padres a la Universidad de Salamanca.
Los sermones de la cuaresma de 1520 predicados en la catedral por el profesor agustino Tomás de Villanueva sobre el salmo “In exitu Israel de GYPTO” maduraron su vocación a la vida consagrada y, poco más tarde, atraído por el ambiente de santidad del convento de San Agustín, entró en él, emitiendo en 1523 la profesión religiosa en manos de Santo Tomás de Villanueva. 

Una vez ordenado sacerdote en 1527, los superiores vieron en Alonso tan profunda espiritualidad y tal capacidad para anunciar la Palabra de Dios que muy pronto lo destinaron al ministerio de la predicación. Ya desde los 30 años ocupó también diversos cargos, pero a pesar de su austeridad de vida, en el modo de gobernar se mostró lleno de comprensión. Impulsado por el deseo del martirio, en 1549 se embarcó para México como misionero, pero durante la travesía hacia las Islas Canarias padeció un grave ataque de artritis y los médicos, temiendo por su vida, le impidieron continuarnel viaje. 

En 1554, siendo prior del convento de Valladolid, ciudad desde decenios atrás residencia de la Corte, fue nombrado predicador real por el emperador Carlos V y, al trasladarse la Corte a Madrid en 1561, también él tuvo que pasar a la nueva capital del Reino, fijando su residencia en el convento de San Felipe el Real. 
No obstante a ejercer un cargo que estaba exento de la jurisdicción directa de sus superiores religiosos y dotado de renta, renunciando a privilegios, quiso vivir como un fraile más, en pobreza y bajo la inmediata obediencia de sus superiores. Solamente hacía una comida, dormía a lo sumo tres horas, porque decía que le bastaban para emprender el nuevo día, y en una tabla por cama, con sarmientos por colchón. En su celda no había más que una silla, un candil, una escoba y unos libros. La eligió cerca de la puerta para atender mejor a los pobres que hasta allí se acercaban a suplicarle ayuda. Sin que la cotidiana asistencia al coro le resultara de obs‑táculo, además de cumplir con sus obligaciones como predicador regio, visitaba los enfermos en los hospitales, a los encarcelados en las prisiones y a los pobres en las calles y en sus casas. El resto del tiempo lo pasaba en oración, en la composición de sus libros, y preparando sus sermones. Predicaba con gran sinceridad de palabras, pero con mucha hondura espiritual, fervor y afecto, a veces, con lágrimas en los ojos, expresando la ternura de Dios hasta en el tono de la voz, igual en el palacio ante el Rey y la Corte que en las iglesias a las que era llamado. 

Gozó de gran popularidad entre los más diversos ambientes sociales. Personajes de la sociedad y de la cultura testificaron en su proceso de canonización, tales como la infanta Isabel Clara Eugenia, los duques de Alba y de Lerma, los literatos Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Gil González Dávila. El trato con las clases elevadas no le desvió de su sencillo estilo de vida. Su fama se extendió por toda Madrid. El pueblo que le llamaba, muy a pesar suyo, “el santo de San Felipe”, lo amó apreciando en él su exquisita sensibilidad en el acercarse a todos sin distinción. 
Compuso numerosas obras tanto en latín como en castellano. La simplicidad de los títulos indican la intención pastoral del autor: Regla de vida cristiana (1542), Vergel de oración y monte de contemplación (1544), Memorial de amor santo (1545), Desposorio espiritual (1551), Bonum certamen (1562), Arte de amar a Dios y al prójimo (1567), Libro de la suavidad de Dios (1576), Tratado de la corona de Nuestra Señora (1588), Guarda de la lengua (1590). Como su acción, los escritos nacieron de su espíritu contemplativo y de la lectura de la Sagrada Escritura. Devoto de María, estaba convencido de escribir por mandato suyo. 

Cultivó también un ferviente amor a su propia Orden, componiendo obras sobre su historia y su espiritualidad con ánimo de mover a la imitación de sus hombres mejores. En esta misma línea, inducido por un deseo de reforma interior, que luego convergería con el movimiento de recolección en la misma Orden, llevó a término varias fundaciones de conventos tanto de religiosos agustinos como de agustinas de vida contemplativa. 

En agosto de 1591 cayó enfermo con fiebre, sin faltar por eso ningún día a la celebración de la Misa, puesto que nunca, ni siquiera en el transcurso de sus diversas enfermedades, había dejado de celebrar el santo sacrificio, ya que repetía con cierto gracejo que “Dios no hace mal a nadie”. Durante su enfermedad, fue visitado por el rey Felipe II, el príncipe heredero Felipe con la infanta Isabel, y el cardenal arzobispo de Toledo, Gaspar de Quiroga, quien le dio de comer de su mano y le pidió la bendición. 

La noticia de la muerte, acaecida el 19 de septiembre de 1591 en el Colegio de la Encarnación que había fundado dos años antes —actualmente sede del Senado español— conmocionó la ciudad. Por la capilla ardiente pasó el pueblo de Madrid, que, como refiere Quevedo, se agolpó ante la iglesia del Colegio hasta derribar las puertas, pues todos deseaban hacerse con reliquias, astillas de la cama, fragmentos de sus ropas, zapatos y cilicios. El Cardenal Arzobispo se reservó para si la cruz de madera que durante largos años “el santo de San Felipe” había llevado consigo. 

Fue beatificado por León XIII el 15 de enero de 1882 y canonizado por Juan Pablo II el 19 de mayo de 2002.. 

Agustinos Recoletos en Colombia

sábado, 10 de septiembre de 2011

San Nicolás de Tolentino. 10 de septiembre

Infancia

Este santo recibió su sobrenombre del pueblo en que residió la mayor parte de su vida, y en el que también murió. Nicolás nació en San Angelo, pueblo que queda cerca de Fermo, en la Marca de Ancona, hacia el año 1245. Sus padres fueron pobres en el mundo, pero ricos en virtud. Se cree que Nicolás fue fruto de sus oraciones y de una devota peregrinación que hicieron al santuario de San Nicolás de Bari en el que su madre, que estaba avanzada en años, le había rogado a Dios que le regalara un hijo que se entregara con fidelidad al servicio divino. En su bautismo, Nicolás recibió el nombre de su patrón, y por sus excelentes disposiciones, desde su infancia se veía que había sido dotado con una participación extraordinaria de la divina gracia.

Cuando era niño pasaba muchas horas en oración, aplicando su mente a Dios de manera maravillosa. Así mismo, solía escuchar la divina palabra con gran entusiasmo, y con una modestia tal, que dejaba encantados a cuantos lo veían. Se distinguió por un tierno amor a los pobres, y llevaba a su casa a los que se encontraba, para compartir con ellos lo que tenía para su propia subsistencia. Era un niño de excepcional piedad.

Desde su infancia se decidió a renunciar a todo lo superfluo, así como practicar grandes mortificaciones, y, desde temprana edad, adoptó el hábito de ayunar tres días a la semana, miércoles, viernes y sábados. Cuando creció añadió también los lunes. Durante esos cuatro días solo comía una vez por día, a base de pan y agua. 

El joven estudiante

Su mayor deleite se hallaba en leer buenos libros, en practicar sus devociones y en las   conversaciones piadosas. Su corazón le perteneció siempre a la Iglesia. Sus padres no escatimaron en nada que tuvieran al alcance para mejorar sus geniales aptitudes.

Siendo aún un joven estudiante, Nicolás fue escogido para el cargo de canónigo en la iglesia de Nuestro Salvador. Esta ocupación iba en extremo de acuerdo con su inclinación de ocuparse en el servicio a Dios. No obstante, el santo aspiraba a un estado que le permitiera consagrar directamente todo su tiempo y sus pensamientos a Dios, sin interrupciones ni distracciones.

 Un sueño hecho realidad

 Con estos deseos de entregarse por entero a Dios, escuchó en cierta ocasión un sermón, de un fraile o ermitaño de la orden de San Agustín, sobre la vanidad del mundo, el cual lo hizo decidirse a renunciar al mundo de manera absoluta e ingresar en la orden de aquel santo predicador. Esto lo hizo sin pérdida de tiempo, entrando como religioso en el convento del pequeño pueblo de Tolentino.

Nicolás hizo su noviciado bajo la dirección del mismo predicador e hizo su profesión religiosa antes de haber cumplido los 18 años de edad. Lo enviaron a varios conventos de su orden en Recanati, Macerata y otros. En todos tuvo mucho éxito en su misión. En 1271 fue ordenado sacerdote por el obispo de Osimo en el convento de Cingole.

Su vida sacerdotal

Su aspecto en el altar era angelical. Las personas devotas se esmeraban por asistir a su Misa todos los días, pues notaban que era un sacrificio ofrecido por las manos de un santo. Nicolás parecía disfrutar de una especie de anticipación de los deleites del cielo, debido a las comunicaciones secretas que se suscitaban entre su alma tan pura y Dios en la contemplación, en particular cuando acababa de estar en el altar o en el confesionario.

Su ardor en el apostolado y en la oración

Durante los últimos treinta años de su vida, Nicolás vivió en Tolentino y su celo por la salvación de las almas produjo abundantes frutos. Predicaba en las calles casi todos los días y sus sermones iban acompañados de grandiosas conversiones. Solía administrar los sacramentos en los ancianatos, hospitales y prisiones; pasaba largas horas en el confesionario. Sus exhortaciones, ya fueran mientras confesaba o cuando daba el catecismo, llegaban siempre al corazón y dejando huellas que perduraban para siempre en quienes lo oían.

También, con el poder del Señor, realizó innumerables milagros, en los que les pedía a los recipientes: "No digan nada sobre esto. Denle las gracias a Dios, no a mí." Los fieles estaban impresionados de ver sus poderes de persuasión y su espiritualidad tan elevada por lo que tenían gran confianza en su intercesión para aliviar los sufrimientos de las almas en el purgatorio. Esta confianza se confirmó muchos años después de su muerte cuando fue nombrado el "Patrón de las Santas Almas".

El tiempo en que podía retirarse de sus obras de caridad, lo dedicaba a la oración y a la contemplación. Nicolás de Tolentino fue favorecido con visiones y realizó varias sanaciones milagrosas.

Pruebas

Nuestro Señor, por su gran amor a Nicolás, quiso conducir al santo a la cumbre de la perfección, y para ello, lo llevó a ejercer la virtud de distintos modos. Nicolás padeció por mucho tiempo de dolores de estómago, así como malos humores.

Hacia los últimos años de su vida, cuando estaba pasando por una enfermedad prolongada, sus superiores le ordenaron que tomara alimentos más fuertes que las pequeñas raciones que acostumbraba ingerir, pero sin éxito, ya que, a pesar de que el santo obedeció, su salud continuó igual. Una noche se le apareció la Virgen María, le dio instrucciones de que pidiera un trozo de pan, lo mojara en agua y luego se lo comiera, prometiéndole que se curaría por su obediencia. Como gesto de gratitud por su inmediata recuperación, Nicolás comenzó a bendecir trozos de pan similares y a distribuirlos entre los enfermos. Esta práctica produjo favores numerosos y grandes  sanaciones.

En conmemoración de estos milagros, el santuario del santo conserva una distribución mundial de los "Panes de San Nicolás" que son bendecidos y continúan concediendo favores y gracias.


Última enfermedad
La última enfermedad del santo duró un año, al cabo de la cual murió el 10 de septiembre de 1305. Su fiesta litúrgica se conmemora el mismo día. Nicolás fue enterrado en la iglesia de su convento en Tolentino, en una capilla en la que solía celebrar la Santa Misa.


Su veneración
En el cuarentavo año después de su muerte, su cuerpo incorrupto fue expuesto a los fieles. Durante esta exhibición los brazos del santo fueron removidos, y así se inició una serie de extraordinarios derramamientos de sangre que fueron presenciados y documentados.

El santuario no tiene pruebas documentadas respecto a la identidad del individuo que le amputó los brazos al santo, aunque la leyenda se ha apropiado del reporte de que un monje alemán, Teodoro, fue quien lo hizo; pretendiendo llevárselos como reliquias a su país natal. Sin embargo, sí se sabe con certeza que un flujo de sangre fue la señal del hecho y fue lo que provocó su captura. Un siglo después, durante el reconocimiento de las reliquias, encontraron los huesos del santo, pero los brazos amputados se hallaban completamente intactos y empapados en sangre. Estos fueron colocados en hermosas cajas de plata, cada uno se componía de un antebrazo y una mano.

En el correr de los siglos

Nicolás de Tolentino fue canonizado por el Papa Eugenio IV, en el año 1446. Hacia finales del mismo siglo XV, hubo un derramamiento de sangre fresca de los brazos, evento que se repitió 20 veces; el más célebre ocurrió en 1699, cuando el flujo empezó el 29 de mayo y continuó hasta el 1ro. de septiembre. El monasterio agustino y los archivos del obispo de Camerino (Macerata) poseen muchos documentos en referencia a estos sangramientos.

Dentro de la Basílica conocida como el Santuario S. Nicolás Da Tolentino, en la Capilla de los Santos Brazos, del siglo XVI, se encuentran reliquias de la sangre que salió de los brazos del santo. En un cofre ubicado encima del altar de plata, se halla un cáliz de plata del siglo XV, que contiene su sangre. Una urna del siglo XVII, hecha de piedras preciosas, tiene en exhibición, detrás de un panel de vidrio, el lino manchado de sangre que se cree que fue la tela que usaron para detener el flujo que hubo en el momento de la amputación.

Los huesos del santo, con excepción de los brazos, estuvieron escondidos debajo de la basílica hasta su redescubrimiento en 1926, fecha en que los identificaron formalmente y los pusieron en una figura simulada, cubierta con un hábito Agustino. Los brazos incorruptos, todavía en sus cubiertas o cajas de plata del siglo XV, se hallan en su posición normal al pie de la figura. Las reliquias se pueden apreciar en un relicario bendecido por el Papa Pío XI.