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sábado, 1 de octubre de 2011

Una reflexión desde la misión

PORQUE DESPUÉS DE LA NOCHE LLEGA EL DÍA

“Así también, ustedes se afligen ahora; 
pero yo volveré a verlos, 
y entonces su corazón se llenará de alegría, 
una alegría  que nadie les podrá quitar.”(Jn 16,22)

Estando en el seminario, para Semana Santa y Navidad veníamos a Casanare a prestar un servicio misionero. En una ocasión me correspondió ir a la vereda La Reforma del municipio de Trinidad y alojarme en la escuela. Recuerdo una noche muy incómoda: chinchorro sin toldillo, zancuditos a granel, una ola de viento frío que alcanzaba a colarse por las rendijas del ventanal de un muy pequeño cuarto donde al guindar el chinchorro casi formaba una perfecta” V”, y para completar, un Chilingo (murciélago) que chilló y aleteó toda la noche, la cual empezó temprano, ya que por falta de luz la hora de ir a dormir no rebasaba las 8:00 pm. Creo que logré conciliar el sueño al final de la madrugada, quizá cansado de no poder descansar y desperté hacia de las 6:00 am, al salir de la habitación me llevé una grata sorpresa: observaba el sol reflejándose y extendiendo su fulgor sobre el río, que a su vez formaba una hermosa gama de colores; a un costado unas garzas blancas levantando vuelo y en la orilla donde estaba asentada la escuela, pero retirada varios metros de la misma, una pequeña manada de Chigüiros recostados en el suelo. Admirado por el paisaje y recordando la noche inmediatamente anterior, le agradecí a Dios el que aunque en la vida pudiera vivir momentos difíciles o como diría San Juan de la Cruz “Noches oscuras”, el me regalara tales experiencias de gozo que hacían que las dificultades perdieran su fuerza ante la belleza y alegría que causaba su presencia, así como los nuevos “trocitos de cielo” que me estaba brindando.

En nuestra vida cotidiana pasamos por muchos momentos de dificultad y dolor e incluso por eventos donde varios problemas se juntan a la vez; encerrados en la angustia podemos pasar por alto el que estas situaciones son providenciales para el encuentro con el Señor. En este sentido, podemos examinar el testimonio de la Resurrección, donde aquel “varón de dolores”, empleando una expresión de Isaías, transforma una realidad de muerte y sufrimiento en gozo y esperanza con su Pascua y permite que sus discípulos cambien la frustración de sentir sus anhelos fracasados a la seguridad de verle como el viviente, y la certeza de que su seguimiento tiene sentido y los lleva a la plena realización de sus vidas. 

Los momentos difíciles nos enseñan, los momentos difíciles nos fortalecen, los momentos difíciles nos hacen madurar, los momentos difíciles son eso: momentos, pero a estos los supera la alegría que permanece: el amor de Dios cuyo reconocimiento y confianza trae tal júbilo que podemos cantar con el salmo “haz cambiado mi lamento en danza” (sal 30,12). La dimensión de la fe lleva a relativizar y poner en su justo lugar los problemas y a hallar en tranquilidad, con la asistencia del Espíritu Santo, horizontes de solución a las tormentas de la vida. La primera carta de San Pedro nos ilumina al respecto: “por esta razón están ustedes llenos de alegría, aún cuando sea necesario que durante un poco de tiempo pasen por muchas pruebas” (1 P 1,6) y en el mismo documento “Al contrario, alégrense de tener parte en los sufrimientos de Cristo, para que también se llenen de alegría cuando su gloria se manifieste” (1 P 4,13). Más allá de la oscuridad de la tristeza y el dolor brilla la luz de la esperanza y la vida que está aguardando para mostrarte su fulgor.  

Fr. Angel jahir Córdoba García, oar

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