Signo vivo de la
presencia de Cristo resucitado en el mundo. La vida consagrada
en el Año de la fe
Queridos hermanos, queridas hermanas:
Como recordáis, uno de los objetivos que señaló el
beato Juan Pablo II al instituir en 1997 la Jornada Mundial de la Vida
Consagrada, era invitar a las personas consagradas “a celebrar las maravillas
que el Señor ha realizado en ellas, (…) y hacer más viva la conciencia de su
insustituible misión en la Iglesia y en el mundo”. En este Año de la fe,
en la festividad de la presentación del Señor en el templo, os invito, pues, a
celebrar con gozo y agradecer con humildad nuestra vocación a ser “signos
vivos de la presencia de Cristo resucitado en el mundo”, como reza el lema
elegido en esta ocasión.
Es una invitación apremiante del Santo Padre en su
carta apostólica Porta fidei a cada cristiano y por tanto, de modo
particular, a cada uno de nosotros, religiosos y religiosas, a ser esos
testigos creíbles que la Iglesia y el mundo necesitan hoy para abrir el corazón
y la mente de muchos al deseo de Dios (cf PF 15). Los documentos preparatorios
para el pasado Sínodo sobre la Nueva Evangelización han insistido en la
necesidad de que la Iglesia, y en ella obviamente la vida consagrada, sea
evangelizada mediante “una conversión y una renovación constante, para
evangelizar al mundo con credibilidad” (Lineamenta 37; cf EN 14-15).
Y Benedicto XVI recuerda que “es a la vez santa y siempre necesitada de
purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación” (PF 6).
La celebración, en el Año de la fe, de esta Jornada
debe ser “una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor
único Salvador del mundo” (PF 6); a preguntarnos, en espíritu de
discernimiento, sin disimulos ni justificaciones, si nuestras vidas, nuestras
comunidades, nuestras instituciones apostólicas, nuestros compromisos
misioneros son “signos” inteligibles para nuestro mundo. Si son huellas del
amor y la bondad de Dios, si hablan un lenguaje que los jóvenes y los pobres
entienden, si remiten a Jesús de Nazaret, que “hablaba con autoridad y no como
los letrados” (Mc 1,22). Es decir, si “la vida consagrada, en el día a día
en los caminos de la humanidad, manifiesta el Evangelio y el Reino ya presente
y activo”, como nos sugería Benedicto XVI en la celebración de esta Jornada
en 2011. Nuestro desafío, pues, es aceptar que somos enviados a este mundo,
no al mundo que nos gustaría o que soñamos a veces, sino a este que Dios
ama, y que estamos en él, en sus fronteras, testimoniando que existe en
Cristo una esperanza para él.
El Resucitado vivió el mundo de su tiempo; se hizo
presente en una gran diversidad de escenarios; acompañó situaciones de
desolación y de fe vacilante como en la Magdalena, de encerramiento por miedo
al entorno como la comunidad de Jerusalén, de desesperanza por el fracaso en
los discípulos de Emaús, de una noche de trabajo sin éxito en el mar de
Galilea, de individualismo en la exigencia de señales para creer como Tomás.
Todas ellas son también hoy fronteras en
nuestra sociedad; a ellas se nos envía para ser signos de la presencia siempre
nueva del Espíritu del Resucitado, y hacer así más visible y más creíble a
su Iglesia. Esa es la responsabilidad misionera de la vida religiosa, que
se nutre de la amistad y del “estar con El”, de la escucha atenta de su Palabra
en las diversas circunstancias, “tratando de percibir los signos de los tiempos
en la historia actual” (PF 15), concretando esa Palabra del Señor, que ha
venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para
todos (cf Lc 4,18-19; PF 13).
Es posible que nos pueda ayudar contemplar al
Resucitado que, enviándola en misión, saca del ensimismamiento a aquella
comunidad llena de miedo, que se encierra en sus propios problemas, que
cierra puertas y ventanas para no enfrentar lo que sucede fuera: “Como el Padre
me envió, así os envío yo”. (Jn 19,21). Y es que no se puede ser signo de la
presencia del Resucitado, sin sentir con gozo el ser enviado, y “volver a
encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”.
Continuamos en tiempo de emergencia, y en medio de ella la vida
religiosa debe permanecer siendo signo de la presencia del corazón compasivo de
Jesús, “que pasó por el mundo haciendo el bien,” curando a todos de sus
enfermedades y dolencias (cf Hech 10,38; Mc 1,32-34). Sin olvidar que la
diaconía de la fe forma una única diaconía con la caridad, podremos
reconocer en la mirada de aquellos con quienes compartimos nuestro techo y pan,
el rostro del Señor Resucitado, y sentiremos arder nuestro corazón: ¡¡es el
Señor!!
A lo largo de este año, con la mirada fija en
Jesucristo que inició y completa nuestra fe (Heb 12,2), que nos llamó a
servirle en los más pobres, busquemos a Dios para encontrar al hombre,
acogiendo así la paradoja del misterio de la Encarnación. Y nos será concedida
la consolación de escuchar el silencio de los enmudecidos, de contemplar la luz
que brota de la oscuridad del abandono y la soledad, acompañar las búsquedas
sinceras de la verdad en medio de las dudas, alumbrar esperanza en corazones al
borde del camino. Así la vida religiosa sostenida por la fe, podrá mirar con
esperanza el futuro y ser siempre apasionados buscadores y testigos del amor y
la misericordia de Dios, “evangelio viviente”.
Elías
Royón, S.J.
Presidente de CONFER
Presidente de CONFER
«Si quieres ser perfecto, anda, vende
tus bienes
y dáselos a los pobres,
y tendrás un tesoro en los cielos.
Luego sígueme».
Mt 19, 21
y dáselos a los pobres,
y tendrás un tesoro en los cielos.
Luego sígueme».
Mt 19, 21
A TODAS LAS RELIGIOSAS Y RELIGIOSOS
Queridas (os) hermanas (os)
En nombre de los miembros de la Junta Directiva
de la CRC hacemos llegar a toda la Vida Religiosa presente en Colombia un
saludo fraterno y cordial, a la vez un agradecimiento especial por la
permanente búsqueda de Dios en el mundo de hoy.
Cada año, al celebrar el día de la Vida
Consagrada, tomamos más conciencia sobre el don que Dios ha dado a la Iglesia
en cada uno de los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida
Apostólica que han surgido en las distintas épocas y contextos históricos como
signos de bendición de Dios para la humanidad. Cada Congregación, cada comunidad,
cada religiosa y cada religioso, son, sin lugar a dudas, manifestación de la
acción salvadora de Dios a través de su Espíritu. Con su proyecto de vida y
acción misionera la Vida Consagrada, ha enriquecido y atendido oportunamente
los clamores de vida y justicia, expresados por los empobrecidos, haciendo
posible que la “pasión por Cristo, se haga realidad en la pasión por la
humanidad marginada, débil, rechazada, enferma y excluida.
La Vida Consagrada como expresión de amor de Dios
para con su pueblo sigue siendo un regalo en el mundo de hoy. A 50 años del
Concilio Vaticano II y en la celebración del Año de la Fe, queremos seguir
alentando, acompañando y guiando a todos los hombres y mujeres de buena
voluntad, que han aceptado y asumido el Proyecto de Dios en sus vidas desde la
consagración. Sus vidas, de religiosas y religiosos, son un signo fiel de ese
encuentro personal con Jesucristo, de esa entrega a vivir a plenitud los
consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, como medios de realización
y opción de vida. Dando plenitud a su bautismo, es decir, a esa fe que ha sido
depositada en cada una y uno, que nos hace hijas e hijos y que nos compromete a
vivir como Profetas, anunciando y denunciando; como Reyes, compartiendo la
soberanía de Dios en el mundo y en la vida; y, finalmente, como Sacerdotes,
siendo ministros-servidores, en la escucha atenta de la Palabra y en el
compromiso de construir el Reino de Dios, reino de justicia, paz, libertad y
amor, querido por Dios y añorado y soñado por sus hijas e hijos.
Hoy queremos agradecer a Dios, por el don de la
vocación que ha regalado a nuestra Iglesia, con la presencia de las multiformes
expresiones de Vida Consagrada y, con ella, por cada una de las religiosas y
religiosos, que dejándolo todo, con su sí, han dado respuesta generosa al
proyecto de Dios a través de sus vidas. Reconocemos y agradecemos su compromiso
con la pastoral salud, parroquial, educativa, afro – indígena, atención a
ancianos, a la niñez, a la juventud, a los emigrantes y migrantes, a las madres
cabeza de hogar, a la población vulnerable y empobrecida y otras. Su trabajo,
cercanía y apoyo con la familia, con los laicos, con el clero diocesano, con
otras iglesias, con los miembros de los equipos pastorales y profesionales, con
todos los sectores y estratos de nuestra sociedad y con todos esos rostros que
anhelan “otro mundo posible”.
Hoy, como ayer, en un cambio de época, la “Vida
Consagrada esta llamada a ser una Vida Discipular, apasionada por Jesús-camino
al Padre misericordioso; a ser una Vida Misionera, apasionada por el anuncio de
Jesús-verdad del Padre; y al servicio del mundo, apasionada por Jesús-vida del
Padre (DA 220). De esta manera, la Vida Consagrada será signo de Fe y de
Esperanza para todas nuestras hermanas y hermanos menos favorecidos y, signo de
Amor, encarnado en la solicitud y entrega abnegada y generosa que cada
religiosa y religioso expresan en su diario vivir y compartir misionero.
Que el Espíritu del Señor, que nos invita a
proclamar la Buena Nueva y a ser fuente de liberación y misericordia, continúe
iluminando, guiando y bendiciendo sus vidas, sus comunidades y sus obras, y que
María, la estrella de la evangelización, acompañe y dinamice su respuesta,
místico profética, al llamado del Señor de la mies a ser siempre sus discípulas
y discípulos amados, desde la Vida Consagrada.
¡FELIZ DÍA DE LA VIDA CONSAGRADA!
Fraternalmente,
Presidente de la CRC
Hna. Marta Lucía Millán Amaya, O.P.
Secretaria General de la CRC
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