Refiere la “Vita” que su actividad
preferida, practicada como una especie de metodología espiritual, era la de
“orar, contemplar y sólo después hablar de Dios”. La mejor definición de su vida
sería la de que era un hombre de oración, lo mismo en casa que en los viajes.
Era de modales muy delicados. Buen predicador, ganó a muchos para la vida
religiosa. Amante de la pobreza, extremó su amor para con los pobres. Se entregó
sin tregua a la mortificación. También se entretiene en describir y pormenorizar
su celo religioso, la rigurosidad de sus ayunos y sus combates con el demonio,
esto tanto personalmente como en calidad de exorcista. Obviamente, en
conformidad con los gustos e incluso las exigencias del tiempo, se detiene en
enumerar y a veces describir los numerosos milagros que le fueron atribuidos,
realizados tanto en vida del siervo de Dios como, sobre todo, después de su
muerte.
Excepto el breve período en que
Guillermo fue prior del convento de Pamiers, es muy probable que la mayor parte
de su vida, desde su regreso del estudio parisiense, se desenvolviese en el
convento tolosano ubicado en el barrio de Saint-Étienne, el mismo donde por
aquellas fechas, exactamente en 1341, con Guillermo de Cremona al frente de la
Orden, fue celebrado el quincuagésimo octavo capítulo general.
Murió en Tolosa en olor de santidad
en 1369. Siguiendo la costumbre, fue sepultado en el cementerio conventual, pero
a los pocos días, en vista de la dificultad de acceso para los fieles y ante la
insistencia de toda la población, conocedora de sus virtudes y agradecida por
los favores recibidos de su intercesión, se hizo necesario trasladarlo al
interior de la iglesia. Sus restos fueron colocados en la capilla de santa María
Magdalena, en la que fray Guillermo acostumbraba celebrar la misa.
León XIII confirmó su culto en
1893.
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